“LA TENIENTE CORONELA” Y LA VENDEDORA CALLEJERA
No hace mucho tiempo ,nuestra Presidenta Cristina Fernández inauguro un monumento a escasos metros de la Casa Rosada , a una mujer, que no siendo argentina, lucho junto a su marido Manuel Ascencio Padilla, por la emancipación y extradición de los gobernantes españoles que pretendían imponerse y transformar América en una gran colonia de explotación para el peculio español.
Hablamos ni más ni menos de la Gran Juana Azurduy, olvidada por algunos y enaltecida por otros, esta mujer paso los años de su infancia entre la ciudad y el campo, donde su padre tenía fincas. Allí aprendió a amar la libertad, a defender la justicia y a respetar a las personas por humildes que fueran; también aprendió a cabalgar como el más consumado de los jinetes varones y a curtir su cuerpo y su espíritu en las duras condiciones de vida del ALTO PERU.
Si bien tuvo una infancia relativamente feliz, quedo huérfana de padre y madre, cumpliendo con un destino trágico que desde sus años más precoces la enfrento con la muerte de sus seres más queridos.
Su vecino de finca era Manuel Ascencio Padilla, de quien se enamora. Ambos se identificaron en sus ansias de justicia y se casan en 1805, cuando Juana tenía 25 años y Manuel Ascencio 30.
Todo marchaba normalmente en la vida de los Padilla, la dicha hogareña se complemento con el nacimiento de Manuel, Mariano, Juliana y Mercedes .La tranquilidad de la vida campesina era turbada, de vez en cuando, por la agitación de los indios y la efervescencia revolucionaria en la vecina CHUQUISACA, especialmente en los claustros de la Universidad de San Francisco Xavier.
Hasta que, el 25 de mayo de 1809, con la anuencia de su mujer, Manuel toma partido por la causa de la libertad aleccionando a los indios a favor de los revoltosos y en contra de los chapetones. Por estas actividades son perseguidos por las huestes realistas.
Juana Azurduy se unió a su esposo en Tarabuco, y desde entonces lucho a su lado, con un coraje y sagacidad ejemplar. Se dedico a recorrer las comarcas vecinas reclutando hombres para la guerra, organizo un batallón que bautizo con el nombre de LEALES, al que, como devastadora amazona, comando en varias acciones contra la dominación española.
La vida del matrimonio, seguido por su fiel lugarteniente Juan Huallparrmachi, fue una incesante huida por una geografía cruel que cobraba su precio de hambre, enfermedades y temperaturas extremas, interrumpidas por sangrientas escaramuzas con el enemigo.
El dolor, el sufrimiento no la doblegaron sino que acrecentó su odio contra los españoles y dio mayores fuerzas a su brazo para empuñar la espada. Así estuvo junto a su esposo demostrando serenidad y valentía sin límites en Badohondo y Carachimayu; sufrió también amargamente en el desastre del cerro de las Carretas, luego del cual los esposos se retiraron al pueblo de Pitantora, donde la renombrada amazona, a cuya cabeza los godos habían puesto el mismo precio que a la de su marido, diez mil pesos, trajo , trajo al mundo su quinto vástago, una mujercita a quien pusieron el nombre de Luisa y que sería su compañía hasta el fin de sus días. Momentos después del alumbramiento, con la placenta a medio expulsar, tuvieron que abandonar el pueblo ante la amenazante presencia del enemigo.
El 5 de mayo de 1816 doña Juana Azurduy de Padilla alcanzo la gloria: al frente de 30 fusileros criollos y 200 indios armados de hondas, palos y flechas venció a los españoles en la batalla de EL VILLAR ,siendo premiada por el gobierno de Buenos Aires con el grado de TENIENTE CORONELA.
Pero no fue ella la única mujer que arriesgo su vida en aquellas sangrientas jornadas. Haremos justicia con una dama de la alta sociedad salteña, doña María Loreto Sánchez de Peón, quien cumplió tareas que hoy llamaríamos de INTELIGENCIA, necesarias para la causa patriota.
Para ello, simulando ser una vendedora callejera de pan, masas y alfajores, por ella misma preparados, se deslizaba en los patios de los cuarteles realistas y, ofreciendo sus productos, se aguardaba el momento del pase de lista.
“Como la mayor parte de las mujeres de su tiempo, era doña María Loreto poco fuerte en el arte de contar, pero ella, para no equivocarse, echo mano de un expediente muy ingenioso”
“Llevaba en la cesta que usaba para sus ventas una buena cantidad de granos de maíz y atadas a ambos lados de la cintura dos bolsas vacías. Cuando el soldado cuyo nombre se gritaba respondía “PRESENTE”, la fingida vendedora deslizaba un grano en el bolsillo de la derecha; haciendo lo propio en el de la izquierda cuando se escuchaba “ausente”.
“Concluida la lista continuaba acurrucada en su rincón con la canasta depositada en el suelo, ofreciendo a los soldados de la causa del Rey, insinuante y humilde, el pan y las masas, contestando con chanzas y donaires las bromas de unos y las groserías de no pocos. Al fin, haciendo que le dolía dejar el puesto sin haber vendido todas sus vituallas, abandonaba el patio compelida por las rudas insinuaciones de algún avinagrado sargento de pésimo genio”
“Volvía a su casa ya entrada la noche, disimuladamente y esquivando testigos inoportunos, para vaciar las bolsas atadas a su aristocrático talle y transmitir a GUEMES, después de bien contados los granos de maíz, el número exacto de los enemigos a quienes debía combatir”
Cecilia Stepsis
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